Entrando el mes de abril, me propuse escribir algo para conmemorar lo que sería tu cumpleaños número treinta y siete. Por una u otra causa nunca encontré el tiempo o el estado de ánimo para comenzar, sin embargo sabía que al momento de hacerlo haría referencia a lo mucho que te gustaba la lluvia.
La verdad hoy día no recuerdo exactamente si te gustaban las lluvias cortas e intensas, o finas y fastidiosas, o si lo que te apetecía era la frescura del clima que precedía a la lluvia. La verdad es que ni siquiera me interesa saberlo porque lo importante es que en mi recuerdo a ti, simplemente, te gusta la lluvia. Y parece banal o fútil este recuerdo, pero no lo es para nada y te explico...
A todos siempre la lluvia nos ha entorpecido algún día en el que teníamos planeado un juego de pelota, llegar rápido a destino, trabajar en el jardín, hacer una parrilla, secarnos el pelo, etc., todo por esa necesidad de hacer lo que habíamos planificado y dejar poco espacio para lo imprevisto (i.e. un día de lluvia). Pues bien, el pasado mes de abril acá en Calgary, además de frío, hubo más lluvia de lo normal, y así mientras escuchaba a la gente quejarse, la lluvia me traía tu recuerdo y me olvidaba de cualquier inconveniente causado por ésta. Por allá por abril, la lluvia me regalaba tu recuerdo.
Hoy te escribo en un día del mes de mayo. Por mucho tiempo dejó de llover en esta región, hasta el punto de que los servicios forestales han decretado ciertas alertas de fuego por falta de humedad. Hoy jueves no fui a mi trabajo por distintas razones y decidí sentarme a escribirte estas líneas que te debía, que me debía. Hoy llueve, no a cántaros, tampoco muy débil, y pocas veces he disfrutado tanto escribirte algo mientras veo a través de mi ventana.