Tuesday, May 31, 2011

“Vamos. Tranquila. ¡Embrace the pain!”

La noche en la que nacería mi primera hija estábamos su madre y yo en labores de parto:  Ella soportando las contracciones y yo animando.  Claro está, y como cualquiera que haya estado en mi situación lo sabe, el vocabulario del confort se acaba pronto y es cada vez menos eficiente.  Por un lado las contracciones se hacen más intensas y frecuentes y por el otro las palabras van perdiendo valor de tanto repetirlas.
En términos generales ambos estábamos haciendo muy buen trabajo.  Así nos lo hacía entender nuestra enfermera.  Digo nuestra porque en realidad estaba asignada a nosotros y nos ayudó por muchas horas.  Ella, una veterana de mil “batallas”, era una señora entrada en edad, si mal no recuerdo con más de treinta años de experiencia en lo que para nosotros era nuestro primer encuentro con el milagro de la vida.  “You are doing a great job” le decía con frecuencia a la futura madre.  A mi me picaba el ojo en señal de aprobación, supongo que sin mayor detalle porque poco o nada podía entender de mis señales de apoyo siempre en español.  Los 30 años de experiencia le servían, estoy seguro, para entender el lenguaje de mi cuerpo al asistir a mi esposa.
Así pues pasamos muchas horas los tres (cuatro si incluimos a la bebita), mientras los dolores y las ansiedades aumentaban.  “Tranquila.  Todo está y va a estar bien.  Estás haciendo muy buen trabajo.  Respira.  Ya va a pasar el dolor. Etc, etc.”  Dicho muchas veces parece que convierte en ruido de fondo.  Hasta que finalmente espeté, como quien canta ¡Eureka! o ¡Tierra!, convencido por alguna razón que así había resuelto el acertijo del dolor:  ¡Embrace the pain!  (¡Abraza, aprovecha el dolor!)
La respuesta no se hizo esperar.  El rostro de la parturienta pasó a mostrar sorpresa, incredulidad, e ironía, al tiempo que seguía en expresión de dolor.  Nuestra enfermera fue menos sutil:  carcajadas.  En treinta años atendiendo parejas en parto, nunca había escuchado semejante “barbaridad”.  “Nunca me voy a olvidar de ti”, me decía.  “Embrace the pain” repetía minutos después riéndose, al tiempo que llamaba finalmente al anestesiólogo que suministraría la epidural.
Al final del día todo fueron buenas noticias y el parto fue natural con la asistencia de la anestesia local tan aclamada por todas las mujeres que pasan por la experiencia.  Supongo que mi frase tuvo el buen efecto de relajar la tensión de los últimos 20 minutos de dolores intensos gracias a las carcajadas y sonrisas de casi todos (yo me reía pero me sentía incomprendido).  La ahora madre se relajó bastante y eso era lo importante.
Todos los seres humanos hemos pasado, pasamos y pasaremos, inexorablemente, por situaciones dolorosas.  No solamente de dolor físico que son los que menos, pero del que se siente ante una despedida, la lejanía física de los seres más queridos, el recuerdo como venganza de los errores cometidos, traiciones, desengaños, enfermedades, etc.  Una solución es negarlos.  Negar o ignorar tales dolores cuando aparecen es lo equivalente a no aceptar un problema.  Las consecuencias serán las mismas:  El dolor crecerá.  La solución más común será apaciguarlos o calmarlos o buscar eliminarlos.  Esto es lo equivalente a tomar un calmante o aplicar anestesia.  La consecuencia:  El dolor se controla.  El dolor se eliminará temporalmente pero podrá reaparecer igual o más intenso ante situaciones similares.  La solución mejor es aceptarlos, entenderlos, aprovecharlos.
Asumimos nuestros dolores como un ladrón que entró en nuestra casa a quitarnos paz cuando menos lo esperábamos.  Es decir, algo que nos quita mucho y deja nada.  Verlo así sólo alimentará la sensación de sufrimiento e injusticia.  ¿Acaso no sería conveniente detenerse un poco a pensar qué puede traer de bueno la situación?  Hay muchos ejemplos de personas que pasan por calamidades y finalmente concluyen que ahora sí saben cuales son las cosas importantes en la vida, que son infinitamente felices en un segundo o tercer matrimonio, familias reunidas como consecuencia de la enfermedad de algún miembro, profesionales felices después de ser despedidos, etc, etc.
Hagamos algo útil de nuestros “dolores”.  Detengámonos un minuto a pensar qué de bueno tienen nuestros problemas más serios.  Hacerlo no eliminará el dolor pero lo hará más soportable, le atribuirá una o varias “buenas causas”.  Sobretodo nos ayudará a tener más fe, esperanza, alegría, tan importantes para vencer.
Cualquiera sea la situación, tal y como en el nacimiento de mi hija, al final del día todo estará bien.
Sinceramente,
Alberto juan.

Thursday, May 5, 2011

La cercanía del amigo lejano

En las últimas semanas me he puesto en contacto con unos pocos amigos con los que compartí los inolvidables años de la vida universitaria.  Sí, como muchos de Ustedes podrán imaginar:  Compañeros dentro de las aulas o fuera de ellas, de trasnocho para estudiar o para ir de fiesta, para compartir o para competir.  En fin, viajeros con los que compartimos una parte del camino y al final decimos adiós y te deseo suerte.
¿Cuántas páginas se han escrito sobre la amistad? Quizás tantas como sobre amor y odio.  Muchas, sí.  Suficientes, no.  Por eso aquí les va una más, en la que me pregunto por la relación entre amistad y distancia (en tiempo y en espacio).  Del amor ya sabemos que “amor de lejos...”, pero ¿por qué entonces cuando un amigo ha estado “lejos”, pareciera que cualquier contacto se aprecia más?, y sobretodo hay una sensación de mayor confianza mutua.  ¿A qué se debe?
De la alegría de saber que, y aquí no debería haber sorpresas, todo va muy bien en la vida de nuestros viejos amigos, pasamos a conocer detalles de la familia, número de hijos, casamiento(s), los padres, el nuevo trabajo, el estado de aquel negocio, etc.  Luego se deja deslizar alguna mala noticia que rápidamente se compensa con nuestras propias malas noticias, por la obligación que sentimos de compartir suertes.  Lo más normal, como buscando claridad, es continuar por preguntar por noticias sobre otros amigos y a partir de ahí se abren las posibilidades cual tablero de ajedrez después de las primeras jugadas.  En menos de cinco minutos hemos compartido con el viejo y lejano amigo lo que cuesta un poquito más de esfuerzo (emocional) compartir con el amigo más cercano.
Estoy de acuerdo con la explicación de que esta confianza mutua existe porque se ha ganado con anterioridad y mientras no existan razones para perderse, seguirá intacta.  También concuerdo que tener un pasado común con alguien, permite el tipo de camaradería que existe entre aquellos que se conocen defectos y virtudes y se protegen o benefician mutuamente.  Pero es que la relación que tenemos con el amigo lejano ofrece otra dimensión:
El amigo lejano conoce tus valores fundamentales, los que forjasteis juntos siendo más jóvenes, incluso como niños.  El amigo lejano ya no comparte tu mismo tiempo y espacio, así que de alguna manera siempre será una “tercera opinión totalmente desinteresada”.  El amigo lejano se convirtió en el amigo que mientras más lejos está, es mejor amigo y más se le extraña.
Bien reza un dicho:  “El vino, añejo.  El amigo, viejo.”
Sinceramente,
Alberto juan.